EN EL METRO
Se distribuyen trabajosamente en asientos encarados para poder hablar mejor. Lo hacen a gritos: su condición de aficionados veteranos con bufanda grisgrana enroscada en el pescuezo así se lo permite. O se lo exige. Las pocas personas que viajan en el mismo vagón de la línea amarilla, con seguridad, ignoran de qué están hablando. Sólo yo lo sé.
El que lleva la voz cantante dice que, en lo que va de temporada, los árbitros nos han robado ocho o nueve puntos. Con convencimiento entusiasta. ¡Anda ya!, lo desautoriza el que aparenta mayor edad. En opinión de este último, el equipo está donde tiene que estar porque no hay más cera que la que arde. El de la voz cantante parece que recula porque busca una nueva explicación a la mala clasificación. Ahora recurre a las matemáticas. Ay, las estadísticas, siempre están ahí, a mano, para cuando uno las necesita. Y cuenta que el año pasado teníamos cuarenta y cinco goles a favor y cuarenta y cinco en contra y que ahora, por el contrario, llevamos cuarenta y pico en contra pero sólo veinticinco a favor. Así que infiere de ello que la diferencia está delante, y se muestra ahora vehemente, porque esta temporada no tenemos ni a Josu ni al chico negro. ¿Cómo se llamaba el chico negro?, le pregunta al de al lado. A voces, claro. Lo arranca, de este modo abrupto, de su sopor beatífico. Kuku, responde el pobre hombre y vuelve a entornar los párpados. Eso, Kuku. Y sigue hablando de los fichajes que cuestiona y de los lesionados cuya presencia en el césped añora y su interlocutor, el que habíamos dicho que aparenta mayor edad, le lleva la contraria todo lo que puede.
Entonces, de repente y sin venir a cuento, empiezan a hablar del Fútbol Club Barcelona.
Y a mí el Fútbol Club Barcelona me importa un pepino.
Herodes